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El collage metálico de Maribel Nazco

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Updated: Jun 1, 2021

[Daniel Giralt-Maracle, “El collage metálico de Maribel Nazco”, catálogo de la exposición Nazco, Barcelona, 5 – 28 de junio de 1975]


¿Ya tienes un diseño en mente? Todas las formas que vemos son geométricas, verdaderos receptáculos de energía.

Pablo Palazuelo



La vida y la obra de Maribel Nazco son auténticamente volcánicas, no por su orografía, por lo acusado de sus cráteres o el color parduzco de sus lavas, sino por la potencia e imprevisión de todas sus erupciones. Maribel tiene de vez en cuando una explosión, creativa o temperamental, que le obliga a hacer tábula rasa con todo lo anterior para adentrarse en un nuevo tipo de pintura, de collage, de escultura que, en lo formal y tectónico, responda a sus intereses y vocación renovadora. Si sus orígenes artísticos se someten a la voluntad académica de la enseñanza escolástica de Bellas Artes, pronto, a través del dibujo y la pintura matérica, descubre un lenguaje que hará propio y en el que el hombre como tema, como asunto, o como ser existencial, estará presente. Homo 70 es el título de una exposición decisiva que en 1970 presentó en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Si entonces, a través de la rica textura de la materia, estudiaba al hombre, lo sometía a un minucioso proceso de introspección y lo encerraba en fragmentos salidos de una radiografía, hoy, después de una intensa lucha emocional y estética, ha decidido buscar materias primas más duras, menos flexibles o moldeables. Las densidades acrílicas se han visto substituidas por la plancha metálica, la pincelada gruesa ha dado paso a la chapa recortada. El hombre que lucha, que se debate, que avanza, que vence o desfallece pero que sigue en la brecha, es el que interesa a Maribel Nazco. Ella misma afirma “me gustan los materiales duros porque la misma vida lo es”. Un ser que analizó en su etapa introspectiva y que ahora recrea en su fase de extroversión. El cuerpo humano es para ella como una grandiosa “macroforma” en constante mutación, descuartizable, que en sus distintas posiciones musculares es capaz de ofrecernos una idea plástica nueva, casi desconocida en lo que a arquetipos anatómicos hace referencia.


La construcción antropomorfa, el recorte y encaje de piezas anatómicas, no parte de una cisión física de las “poses” del cuerpo, reflejadas en las infinitas traslaciones de cada músculo, las múltiples variaciones de una rótula o las diferentes elecciones de cada miembro. Los elementos del cuerpo como piezas aisladas y aislables, bloques formales, masas delimitadas, le permiten interrelacionar unos elementos plásticos con otros hasta conseguir aquella anhelada cohabitación de formas en el espacio que el cubismo analítico exigía de sus adeptos. Ni los perímetros duros, ni el ángulo recto, tendrán lugar en es este cosmos de superficies biomórficas. Las formas redondeadas, las tersas curvas musculares, los pómulos, las nalgas y los vientres abultados, se interferirán los unos con los otros para encajarse en la sinuosidad, jamás en la recta. El grado de tensión o convulsión de sus personajes queda perfectamente reflejado en el rico y sutil lenguaje de los ritmos, gestos y composiciones, que los accidentes morfológicos de sus recortadas planchas nos dan a entender. Si una remota latencia cubista está presente en sus collages metálicos, especialmente en las superficies troqueladas y en los bordes y perímetros anatómicos, una sabia estructuración geométrica organiza el encuentro, la colocación y las distancias, en cada uno de sus cuadros. Los puzzlements que configuran y determinan los contornos la sitúan como auténtica experta en el constructivismo geométrico referido a elementos de estructuración anatómica. En la labor de piece y despiece de sus elementalizados rompecabezas descubrimos, de forma manifiesta, aquella energía secreta que Pablo Palazuelo utiliza en sus “geografías espirituales”. El tratamiento topográfico de lo humano, el dibujo adamasquinado de los seres, las erectas tensiones de sus cuerpos, el enfebrecido encaje de sus protuberancias, el rico simbolismo de sus insinuaciones, hacen que el valor poético sea enriquecido por una alta carga emocional, pese al claro talante abstracto de muchas de sus composiciones, La coherente organizada arquitectura de sus formas tiene en lo textual un refuerzo definitivo. Ni las antiguas planchas de acero, cobre o bronce, o las actuales superficies de aluminio se nos presentan cual chapas desnudas. Lo homínido de sus propósitos formales se refleja en la intención cutánea que da a las superficies quemadas, raídas o tostadas por los ácidos. La epidermis de estas oxidadas superficies da volumen, profundidad, calidez, tacto, a todos aquellos elementos que sueltos y sin tratamiento serían pura chatarra. Cada veladura, cada sombra, cada frotamiento, contiene una alusión, insinúa una intención biológica. De aquí la exacerbada dimensión sensible de su ser y de su hacer. Lo físico involucra a lo volumétrico y eso incide a su vez en lo físico. Todo lo que le rodea es trans-formable, con-formable, de-formable. La forma es una energía nuclear que domina su mundo, así como su microcosmos y su macrocosmos.


En la obra de Maribel Nazco siempre hay un gesto inesperado, un signo que acentúa el misterio, una deformación que estimula y alienta nuestra realidad. La ambigüedad se desvanece ante la significante concreción formal. El geometrismo abstracto intensifica y concentra la fuerza vital de sus seres. Hombres y mujeres, afectos y oposiciones, seres y objetos, encuentros y enfrentamientos, todo está aquí con una lucidez solo alcanzable en la vivencia, la experiencia y la tensión. Una vez dominado el lenguaje, el de la construcción geométrica en chapas alumínicas, Maribel Nazco es capaz de sugerir, iluminar y ofrecernos este mundo en el que la forma del hombre, y su más genuino fondo, son vistos con igual vibración e intensidad.

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